martes, noviembre 25, 2003

En casa

Creo que alguien dejó alguna ventana abierta, porque se coló la gripe. He estado unos días fuera de órbita, arrastrándome como un zombi, incapaz de unir más de dos palabras consiguiendo algo que tuviera sentido. Pero parece que ya estoy mejor; ahora sólo me queda un “espera que arrastro estos huesos y los coloco por ahí”, un hueco dolor de cabeza (bum bum) y una tos de caballo (que vale, nunca he oído toser a un caballo y no sé cómo lo harán, pero algún nombre tengo que ponerle a esa cosa que se me lleva medio cuerpo cuando me da).

No suelo estar enferma, pero estarlo tiene una cosa que me gusta. Vale que está lo del malestar físico y lo de no poder quitarme de encima esa idea de culpabilidad, de que debería estar en el trabajo, de que “ostras, había que hacer eso”; pero por encima de todo está la maravillosa sensación de estar en casa. Me gusta estar en mi casa, en mi rincón. Quizás sea por lo que me ha costado tener un refugio, quizás también porque me paso el día fuera y no tengo mucho tiempo para disfrutar de él. No sé, pero me encanta estar ahí, sobre todo cuando no toca; mirar por la ventana empañando los cristales con aliento febril, ver cómo la gente se abriga y se apresura bajo los paraguas y volverme a la cama, para arrebujarme en esa mezcla de frío y sudor.

Me gusta estar sola, ponerle pienso a blau, mirar el correo, meterme en la cama, recoger la ropa, mirar el emule, decirme tonterías que no van a ninguna parte, pelar una mandarina, pensar un poquito y reírme por dentro, borrarlo todo y volver a la cama. No sé qué pensaré mañana, tampoco me preocupa.