martes, marzo 23, 2004

Mario

Cerró el libro, ni siquiera sabía qué estaba leyendo. Lo dejó sobre la mesa y miró el comedor. Las cosas se repartían el espacio con el polvo, por los muebles. Pero a él (ya) no le importaba.

Sobres sin abrir, guardando sus secretos, se amontonaban mezclados con catálogos del super, de recambios del automóvil. Un calcetín asomaba lánguido por debajo del montón de ropa por planchar, como si goteara. Libros cogidos sólo un momento se aburrían inútiles al lado de la jarra vacía o de la caja, también vacía (todavía por aquí), del nuevo teléfono, el que había comprado la tarde antes.

Se echó en el sofá y apretó la cara contra el almohadón. Dormir, dejarse y no ser nadie. Pero el silencio no existe; crujidos, zumbidos, y su cabeza pensando en mayúsculas.