martes, julio 05, 2005

Lucas y yo, 2ª parte
Así de crecido está lucas y así de guapo lo vieron rapunzell e imperator cuando estuvieron en casa, digo yo que es normal que se enamoraran de él.

Creo que lucas es muy feliz. Con el calorcito se pasa el día en el balcón, saltando de un tiesto a otro y llenándolo todo de tierra. Además del agua que tiene en aquella especie de biberón de su jaula, le pongo un recipiente lleno en el suelo. Le encanta beber allí, y cuando termina se incorpora y se limpia la boca con las dos manitas, sacudiéndose para secarse; es un conejo muy fino (¡y muy limpio!).

A partir del mediodía, cuando el sol da fuerte, entra en casa y busca algún rincón fresquito. Su preferido es debajo del radiador, detrás del sofá; se echa allí y se estira para que toda la barrigota le toque al suelo, que así se refresca.

Si le busco y no está ahí, lo más seguro es que esté en su biblioteca, leyendo (en el revistero ya sólo pongo revistas que no me importan para que pueda destrozarlas a conciencia) o que se haya escapado a espiar al pasillo. Es muy divertido mirarlo, va por el pasillo como si estuviera en zona prohibida, avanzando despacio y pegadito a la pared, asomando la cabeza por la esquina antes de continuar.

Por la noche, cuando llego, también entra y mientras ceno juega dando vueltas alrededor de mis pies y se lía saltando por encima y entre ellos, como un remolino de cosquillas suaves.


lucas Posted by Picasa

viernes, julio 01, 2005

Tiempo

El otro día fui al médico a hacerme unas pruebas. Tenía hora a las 9 de la mañana pero, ya se sabe cómo son esas cosas, salí casi a las 11. No suelo andar por la calle a esas horas, y cuando salí fue como si el día me saltara a la cara.

Los edificios relucían bajo el primer sol del verano, ardiente pero suavizado por un aire aún fresquito. La calle estaba llena de gente; algunos andaban apresurados, quizás hacían recados; otros paseaban tranquilos, como si su vida no corriera prisa.

Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no caminaba sin ningún objetivo concreto y urgente (tengo que pillar el tren, tengo que comprar bombillas, ay que me cierran el super), que, agobiada por el trabajo y las responsabilidades, me estaba perdiendo algo importante.

Ese mismo día murió una amiga mía, la segunda en unos meses, y pensé en ellas, en que no volverían a cerrar los ojos al sol, a oler la lluvia o a ver reír a sus hijos. Y me sentí estafada. Por mí misma.

Pero mi vida es lo que es” –me dije- “y eso no puedo cambiarlo, por lo menos por ahora”. Y me fui al trabajo, pensando -no muy convencida- que tenía que intentar hacer algo.

Unos días después el médico me dio un prediagnóstico. Aún falta una prueba que confirme o desmienta, pero por si acaso, he cambiado, que quiero andar por aquí bastante más tiempo todavía.

Ahora ya no tengo prisa, por la noche ya no miro la hora en el pirulí, porque si se va ese tren ya vendrá otro. Ahora intento no agobiarme, y si hay ropa para planchar y no me apetece, ya lo haré mañana. Me he quitado de encima los malos hábitos, hago una dieta sana (ays… el queso, esa tentación si que…), sólo bebo agua y me estoy despidiendo de esos kilos de más que me habían devuelto los pechos de hace 20 años (snif). Vale, sí, quizás el prediagnóstico no se confirme, pero no pierdo nada y me siento mucho mejor con esos pequeños cambios.

Y, sobre todo, intento alejarme de las discusiones estériles (vale, no será por eso). Hay tantas personas y cosas interesantes en las que usar el tiempo… Abrazar a la gente que quiero, o a mis hijas, por ejemplo. ¿Hay algo mejor?