23 de octubre, Cora
Cora vive deprisa, como si temiera que el tiempo no le alcance para todo; supongo que por eso, apurando, decidió nacer un poco antes. Vino al mundo de cara y la comadrona dijo que sería una niña afortunada.
Cora es sentido y sensibilidad, ingenio e ingenuidad, arte, cariño, sensualidad… de pequeña se soltaba de mi mano para acercarse a tejidos suaves, acariciar abrigos de piel o esconderse tras sedosas cortinas para adormilarse frotando la tela entre sus manos.
Cora es curiosidad e ímpetu; su forma de entender la vida es lanzándose a ella de cabeza, y a pesar de las pérdidas –injustas, tan joven- que arrastra, no ha perdido la facultad de emocionarse con las pequeñas cosas.
Cora mueve sus dedos ligeros y es como si hiciera magia… con su pelo, sus ojos y su ropa combina colores, flequillos, pañuelos, brochas y cinturones, y surge como una sirena, plantándole cara al viento con su movimiento ágil y decidido.
Cora es de extremos lejanos -le gustan las películas de amor y las de terror; las chuches y echar sal a todo lo que come- y de extremada cercanía -se sienta en mi regazo y me abraza, me besa, me achucha… y me pide que le frote la espalda suavecito y ¡con uñas, con uñas!
Cora tiene la cabeza llena de por qués de respuesta imposible. Estoy a su lado y me muerdo las ganas de ir un paso por delante para allanarle el camino, porque sus lágrimas son ácido para mi corazón.
Por suerte, Cora es feliz y sólo espero la noche para llegar a casa y escuchar el tintineo de su risa ¿acaso importa algo más?