Pasado, presente y futuro
Cuando era pequeña vivía en un pueblo de apenas 50 habitantes y, puesto que no había demasiados niños para jugar, además de diseccionar ranas, coleccionar insectos y no bajarme de la bici, me dedicaba a vaguear por ahí, fantaseando.
Uno de mis sueños era tener un elefante. Ya sé que puede parecer raro, pero era la consecuencia lógica de ver una serie que ponían en la tele, que explicaba las aventuras de un niño indio con su elefante. Cuando iba a la granja, a por la leche, andaba por el medio del camino, imaginándome majestuosa encima del cuello del animal. Y sin cogerme, eh?
Ahora parece una tontería, pero entonces estaba convencida de que tarde o temprano tendría uno, y lo tenía todo previsto, dónde dormiría, qué comería y a dónde iría con él.
En cuanto a mis aspiraciones profesionales (no sé de dónde saqué la idea, supongo que también de la tele), consistían en ser camarera en los EUA. Me imaginaba en un bar de carretera, de ésos con asientos de skay, paseándome entre las mesas con la jarra en la mano, mascando chicle y preguntando si quieren más café. Llevaría el pelo recogido, un delantal con peto, atado a la cintura con un gran lazo, y una flor de tela en el pecho, con mi nombre bordado en cursiva. Me llamaría Doris, Nancy o Rossie.
Ahora parece una tontería, pero entonces estaba convencida de que algún día lograría ese sueño. Qué digo sueño, objetivo.
Actualmente me dedico a las cosas propias de una secretaria de gerencia: coser botones, aguantarle el palique a la jefa, ir a comprar medias de recambio, escribir en el blog... y también sirvo cafés, pero a tipos estirados, no a simpáticos camioneros que me digan
you’re hot!.
La verdad es que mi trabajo me gusta. Tiene responsabilidad, iniciativa y me permite estar en el ajo de lo que se cuece en mi interesente sector (el del libro, le pese a quien le pese).
Pero ya son muchos años y muchas horas y como empiezo a estar cansada, ya tengo previsto mi futuro: me haré monja.
Ser monja tiene que ser fantástico, se acabó el estrés, las hipotecas y las facturas, que para eso ya estará la hermana contable. Me pediré ser la hermana bibliotecaria. Por las mañanas, después de misa (algún sacrificio habrá que hacer a cambio de esa bicoca), un día sí y un día no, me iré al trocito de tierra que me toque, a regar mis plantas y cuidar mis tomateras. El resto de días me dedicaré a hacer pastelitos y destilar orujo. A la hora de comer, a lavarme las manos y a la mesa, que las patatas ya las habrá pelado la hermana cocinera. Después, a la biblioteca, a contar libros y a charlar por el irc (le contaré a la hermana superiora que es para hablar con almas descarriadas que, al fin y al cabo, es lo que sois).
No creo que me dé tiempo de aburrirme. Además, voy a confesar que lo tengo todo planeado. Él también se hará monje, de un convento cercano, y vendrá al mío a ejem consultar la biblioteca y arreglarme el ordenador, que qué lástima de aparato, presiento que se va a estropear con mucha frecuencia.