viernes, abril 17, 2009

Motivos para vivir

Las bibliotecas.

Es emocionante saber que no te vas a poder acabar todos los libros, y aun así, siguen llegando. Seguir leyendo y leyendo. Siempre.

Uau

viernes, diciembre 05, 2008

Batukaa!

Como ya saben los que lo practican, esto del deporte es un vicio que no te lo acabas. Supongo que será cosa de las endorfinas, pero cómo cuesta quedarse quieto, eh. Total, que tenía un huequito y me dije voy a apuntarme a batuka, que eso aun no lo he probado.

Cogí un pantalón de chándal y una camiseta cualquiera y me fui para la clase. Laura, la instructora, es genial. Y normal. Es decir, no muy alta, delgada pero de miembros redondeados, con su todo bien puesto en su sitio. Se mueve y hace que parezca fácil, levanta el brazo y parece que flote, mueve la cadera y provoca una onda de armonía. 

Me situé justo detrás de ella y empecé a imitarla. A ver... no, no era tan difícil... una mano así, la pierna hacia arriba... Me sentí ágil, graciosa, sexy, completamente suelta... Miré a mi alrededor, no estaba mal, algunas lo hacían casi tan bien como yo. Pero... ¿qué era eso? Jojojo, mira a esa tía, absolutamente agarrotada y pato, jojo... Anda, pero si me está imitando. Eso, sí, hala, mueve la cintura, dale otra vez... ¡creerán que te ha dado una apendicitis! Ueepa, nena, ¡cuidaao, que le vas a dar a alguien! 

No sé cuándo me di cuenta de que era el espejo, no soy tan lista como vosotros. Pero no era culpa mía, yo tengo ritmo, lo juro. Oigo "chis plas" y sé poner un pie aquí y otro allí siguiendo el compás. La culpa, deduje de un vistazo rápido, era de la ropa. Claaro, si es que iban todas super monas y modernas, con pantalones ajustados o abombachados y camisetas sin mangas. Digamos que venía a ser el vestuario de un calendario de bomberos pero en mujer. Cómo iba a competir yo, que más bien parecía una monja de ejercicios espirituales. Pero ya se enterarían, a la próxima clase iría como ellas, ¡Ja! Yo *puedo* vestirme así, qué narices, soy alta y delgada, tengo un casi-cuerpo de modelo. 

Y lo hice. Me sentía bien, segura de mí misma. A ver quién podía con mi casi-cuerpo de modelo. Sonó la música (batukaa!) y empecé a bailar.

Estoy convencida de que alguien, en algún momento de la creación de mi persona, se durmió y se descontó con la medida de mis miembros que, con mi nuevo conjunto, parecieron desbocarse, borrachos de la alegría de verse sueltos. Los brazos destacaban airosos cual palos de gallinero; las piernas, con el pantalón pirata, me hacían parecer uno de ellos, por lo de las patas de palo. 

Ha pasado un año y sé que mi golpe de cadera nunca será como el vaivén de un barco y que mis brazos nunca parecerán el vuelo de una paloma, que más bien parezco toda yo una carraca a punto de ponerse a sonar, pero soy feliz. 

Estoy tan concentrada intentando mantener la distancia de seguridad para no sacarle un ojo a alguna e intentando coordinar algún movimiento, que me olvido de todo. Me entrego al merengue, reguetón, chachachá o lo que sea eso que suena (batukaa!) y me dejo llevar, la mente en blanco. Y, bueno, la tranquilidad que da saber que si me quedo sin trabajo puedo ir a ver eso de aparcar aviones, que conmigo se ahorrarían los banderines.

miércoles, diciembre 14, 2005

Y dura, y dura...

Duran las indiscutibles excusas que tengo para no escribir. Hm. tic-tac, tic-tac... Se secó la tinta del tintero y con lo del puente no hubo forma de encontrar una papelería abierta.

Duran los irrefutables argumentos de la jefa de mi amiga. Ya sabéis cómo es ella, que debió de nacer al revés o algo, porque todo el rato se pica... con la suerte que tiene de tener una jefa tan... sencilla.

Jefa: Oye, un correo electrónico que recibí ayer ¿puede ser que ahora no esté?
Amiga: Si no lo borraste tiene que estar
Jefa: No, no lo borr... Bueno, si por casualidad lo hubiera borrado sin querer, ¿habría alguna forma de recuperarlo?
Amiga: Claro, estará en "elementos eliminados"
Jefa: No, no, ahí están los que entran.
Amiga: Ahí están los que borras.
Jefa: Bueno, están los que entran y borro.
Amiga: (quinientos veintisiete, quinientos veintio...)
Jefa: Hm -sudores- gñ... ¡Ah! Voy a ver

Postdata: ¡Acabo de descubrir que se puede escribir con colorines!

lunes, octubre 24, 2005

23 de octubre, Cora

Cora vive deprisa, como si temiera que el tiempo no le alcance para todo; supongo que por eso, apurando, decidió nacer un poco antes. Vino al mundo de cara y la comadrona dijo que sería una niña afortunada.

Cora es sentido y sensibilidad, ingenio e ingenuidad, arte, cariño, sensualidad… de pequeña se soltaba de mi mano para acercarse a tejidos suaves, acariciar abrigos de piel o esconderse tras sedosas cortinas para adormilarse frotando la tela entre sus manos.

Cora es curiosidad e ímpetu; su forma de entender la vida es lanzándose a ella de cabeza, y a pesar de las pérdidas –injustas, tan joven- que arrastra, no ha perdido la facultad de emocionarse con las pequeñas cosas.

Cora mueve sus dedos ligeros y es como si hiciera magia… con su pelo, sus ojos y su ropa combina colores, flequillos, pañuelos, brochas y cinturones, y surge como una sirena, plantándole cara al viento con su movimiento ágil y decidido.

Cora es de extremos lejanos -le gustan las películas de amor y las de terror; las chuches y echar sal a todo lo que come- y de extremada cercanía -se sienta en mi regazo y me abraza, me besa, me achucha… y me pide que le frote la espalda suavecito y ¡con uñas, con uñas!

Cora tiene la cabeza llena de por qués de respuesta imposible. Estoy a su lado y me muerdo las ganas de ir un paso por delante para allanarle el camino, porque sus lágrimas son ácido para mi corazón.

Por suerte, Cora es feliz y sólo espero la noche para llegar a casa y escuchar el tintineo de su risa ¿acaso importa algo más?

martes, julio 05, 2005

Lucas y yo, 2ª parte
Así de crecido está lucas y así de guapo lo vieron rapunzell e imperator cuando estuvieron en casa, digo yo que es normal que se enamoraran de él.

Creo que lucas es muy feliz. Con el calorcito se pasa el día en el balcón, saltando de un tiesto a otro y llenándolo todo de tierra. Además del agua que tiene en aquella especie de biberón de su jaula, le pongo un recipiente lleno en el suelo. Le encanta beber allí, y cuando termina se incorpora y se limpia la boca con las dos manitas, sacudiéndose para secarse; es un conejo muy fino (¡y muy limpio!).

A partir del mediodía, cuando el sol da fuerte, entra en casa y busca algún rincón fresquito. Su preferido es debajo del radiador, detrás del sofá; se echa allí y se estira para que toda la barrigota le toque al suelo, que así se refresca.

Si le busco y no está ahí, lo más seguro es que esté en su biblioteca, leyendo (en el revistero ya sólo pongo revistas que no me importan para que pueda destrozarlas a conciencia) o que se haya escapado a espiar al pasillo. Es muy divertido mirarlo, va por el pasillo como si estuviera en zona prohibida, avanzando despacio y pegadito a la pared, asomando la cabeza por la esquina antes de continuar.

Por la noche, cuando llego, también entra y mientras ceno juega dando vueltas alrededor de mis pies y se lía saltando por encima y entre ellos, como un remolino de cosquillas suaves.


lucas Posted by Picasa

viernes, julio 01, 2005

Tiempo

El otro día fui al médico a hacerme unas pruebas. Tenía hora a las 9 de la mañana pero, ya se sabe cómo son esas cosas, salí casi a las 11. No suelo andar por la calle a esas horas, y cuando salí fue como si el día me saltara a la cara.

Los edificios relucían bajo el primer sol del verano, ardiente pero suavizado por un aire aún fresquito. La calle estaba llena de gente; algunos andaban apresurados, quizás hacían recados; otros paseaban tranquilos, como si su vida no corriera prisa.

Me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no caminaba sin ningún objetivo concreto y urgente (tengo que pillar el tren, tengo que comprar bombillas, ay que me cierran el super), que, agobiada por el trabajo y las responsabilidades, me estaba perdiendo algo importante.

Ese mismo día murió una amiga mía, la segunda en unos meses, y pensé en ellas, en que no volverían a cerrar los ojos al sol, a oler la lluvia o a ver reír a sus hijos. Y me sentí estafada. Por mí misma.

Pero mi vida es lo que es” –me dije- “y eso no puedo cambiarlo, por lo menos por ahora”. Y me fui al trabajo, pensando -no muy convencida- que tenía que intentar hacer algo.

Unos días después el médico me dio un prediagnóstico. Aún falta una prueba que confirme o desmienta, pero por si acaso, he cambiado, que quiero andar por aquí bastante más tiempo todavía.

Ahora ya no tengo prisa, por la noche ya no miro la hora en el pirulí, porque si se va ese tren ya vendrá otro. Ahora intento no agobiarme, y si hay ropa para planchar y no me apetece, ya lo haré mañana. Me he quitado de encima los malos hábitos, hago una dieta sana (ays… el queso, esa tentación si que…), sólo bebo agua y me estoy despidiendo de esos kilos de más que me habían devuelto los pechos de hace 20 años (snif). Vale, sí, quizás el prediagnóstico no se confirme, pero no pierdo nada y me siento mucho mejor con esos pequeños cambios.

Y, sobre todo, intento alejarme de las discusiones estériles (vale, no será por eso). Hay tantas personas y cosas interesantes en las que usar el tiempo… Abrazar a la gente que quiero, o a mis hijas, por ejemplo. ¿Hay algo mejor?

jueves, mayo 19, 2005

¡Oro!

Hoy, en la tele de la estación del tren han enseñado un plato que cocinan en China y decían que vale unos 200 euros. Parece caro, pero es que resulta que uno de sus ingredientes es oro.

Una piensa que ya lo ha visto todo y sin embargo va de sorpresa en sorpresa, que mira que hay gente pallá, eh? Primero, el que se le ocurrió tan exquisito manjar, que andaría bien aburrido, y segundo, el... hum ¿snob? ¿gilipuertas? que paga eso para comérselo. Me he dejado el cofre de las joyas en casa y no puedo comprobarlo, pero juraría que el oro, sabor, lo que se dice sabor, como que no debe de tener mucho. Vamos, que donde estén unos huevos fritos con patatas o una loncha de jamón...

Anduve una buena temporada echando moneditas en cualquier fuente o pozo que se me pusiera por delante, pidiendo deseos (sí, nunca se me cumplieron, pero ¿y si “aquél” era el bueno?); sólo dejé de hacerlo cuando me enteré de que por las noches iban unos listillos a recogerlas antes de que llegaran las hadas. Que yo soy buena de cielo y querubines, vale, pero tonta no, y el dispendio era una inversión para *mi* futuro, no para el de esos pescadores urbanos. El caso es que, a raíz de eso, estaba yo pensando en el plato chino y... ¿todo ese desperdicio de metal precioso? Visto lo visto, apostaría algo a que es difícil encontrar cedazos en las ferreterías de China y a que para visitar su red de cloacas hay que pedir hora, por lo del overbooking.

Si es que hay gente pa tó.

jueves, mayo 05, 2005

LUCAS Y YO

Lucas es un conejo enano que le trajeron los reyes a Cora. Mi primera reacción (¡bfff gññ! ¡te he dicho que no quiero animales en casa, que bastante liadas estamos!) se fue a hacer puñetas en cuanto vi esa bolita blanca que temblaba asustada en un rincón, con su flequillo punki tieso entre las orejas.

Ahora ya no sé qué haría sin él. Lucas forma parte de mi vida, me espera cada noche cuando llego a casa y, aunque no le apetezca demasiado, deja que lo coja un ratito en brazos; sabe que acariciándolo y murmurándole palabras sin sentido, conjuro todo lo malo del día. Luego se remueve inquieto o me da un mordisquito en el brazo para que lo suelte y corre comedor arriba y comedor abajo, saltando feliz.

Le gusta salir al balcón. Allí escarba en los tiestos, se come todo lo que está germinando y se pasa horas sentado dentro de una maceta grande sin plantas. Me parece que le gusta tanto porque debe de sentirse como el rey del mundo, sentado en su alto trono, con el viento en la cara y oliendo la tierra fresca.

Lucas es tremendo, y cuando cree que no estoy mirando se pone a morder los libros de la última estantería y los lp’s que guardo con tanto cariño. O sale a la busca y captura del cable suelto. Le llamo y gira la cabeza disimulando (sólo estaba mirando) pero en cuanto me despisto vuelve a su trajín. Los he tapado de diferentes maneras, pero siempre ha encontrado la forma de apartar las barreras que le alejan de tan apetitosos manjares. Ahora parece que he encontrado el modo definitivo, aunque él todavía no ha desistido y anda rondando las zonas peligrosas, a ver si hay suerte.

Juntos hemos inventado juegos que me reclama, sólo cuando le apetece, dando vueltas sin parar alrededor de mis pies. Y me agacho, juego con él a peleas y salta alborozado, como si tuviera muelles en las patas.

Lucas y yo. Cuando pienso en él sonrío como una idiota y me viene a la cabeza eso que aprendí de pequeña…
    Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.

    Lo dejo suelto y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: "¿Platero?", y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal...
lucas Posted by Hello

lunes, abril 25, 2005

De casualidades y de Murphys

Hace más de cuatro años que trabajo en el t2(*); cuatro años de salir a las tantas, casi siempre corriendo para pillar el tren, que si se me escapa es media hora más de morriña de hogar y zapatillas, y a esas horas de la noche.

Para que no decaiga mi nivel de rarismo, suelo jugar a cosas como multiplicar matrículas, retransmitir interiormente llegadas a la meta mientras adelanto a algún peatón-objetivo, hacer anagramas con los nombres de las tiendas o repetirlos muy seguido hasta que pierden el sentido… Esos más de cuatro años están llenos de días (unos cientos, miles o lo que sea, que no me voy a poner a contar ahora) en los vengo haciendo dos juegos. Uno, adivinar cuál de los dos ascensores del edificio aparecerá para bajarme a la planta baja, y dos, al cruzar la última calle antes de llegar a la estación, mirar un pirulí de ésos que dan la hora y la temperatura, alternativamente, para ver si tengo que apurar el paso en esos últimos metros o si puedo dejar que los pulmones se relajen.

Lo de los ascensores se me da bien, podría decir que en el 99% de los casos he estado delante de la puerta que se ha abierto, pero el pirulí… me sobrarían muchos dedos de una mano si contara las veces que cuando le he echado el ojo no me está contando a cuántos grados estamos. Y mira que hay posibilidades, eh, que cambia cada muy pocos segundos, pero nada. De hecho, ya no es un juego sino un reto, a ver cuánto tiempo más aguanta haciéndose el chulito. Yo hago como que no me importa y paso mirando de reojo, pero unos metros más allá, al oír el clec-clec del cambio, no puedo evitar volverme.

Si algún día os cuentan que en Barcelona hay una loca que, hacia las 10 menos cuarto de la noche, anda con paso vivo y la cabeza vuelta hacia atrás, sed condescendientes, es que tengo que saber si se me escapa el tren.

(*) Aquí tendría que aclarar lo del t2, que para eso le he puesto estrellita. Digo yo, vamos

jueves, abril 21, 2005

L'àvia Cristina

Una de las personas que más he querido en este mundo y que más echo de menos es mi abuela por vía materna, l’àvia Cristina. Era una mujer menuda y rubia, con los ojos azules como el cielo y una larga melena que se recogía hábilmente en un moño. Era muy inquieta y siempre tenía algo en las manos; cosía, doblaba ropa o se agachaba para arrancar hierbajos mientras charlaba conmigo. Creía que a los demás nos pasaba igual y si me veía sin hacer nada me daba un trozo de tela para que hiciera un pañuelo cosiendo un dobladillo alrededor, no importaba si quedaba torcido, o me daba un papel y unos lápices para que dibujara. Los papeles solían ser antiguos envoltorios de paquetes; de la farmacia, de la mercería, del pan... que ella desarrugaba aplanándolos cuidadosamente con las dos manos y guardaba en un montoncito, en la cocina. Era muy ahorradora, porque había vivido la guerra.

El hecho tener su mismo nombre me hacía sentir cómplice y me unía a ella especialmente, como si hubiera cosas que sólo fueran nuestras, que los demás no pudieran entender. Por suerte pasamos mucho tiempo juntas, y los recuerdos que tengo de ella y con ella alcanzarían para escribir un libro. Su manera de andar, su risa, su peinador sobre los hombros, su tranquilizadora respiración cuando me dejaba meterme en su cama (yo solía soñar que se incendiaba la casa y tenía miedo), sus meriendas (siempre especialmente ricas), sus bromas, sus gafas (que me dejaba poner hasta que yo terminaba mareada como una sopa de tanto ver bailar el suelo), los relatos de sus diabluras de niña traviesa, sus manos –grandes, huesudas y ágiles- haciéndome trenzas…

Recuerdo especialmente los olores que la envolvían. El de los cajones al abrirlos, el de la cocina económica, el del brasero, el del pan con vino y azúcar, el del flit anti-mosquitos que tiraba con aquella mancha rellenable, el de su ropa, el de chocolate de canela…

Los olores se acomodan en rincones de nuestro cerebro y se hacen los dormidos, pero chisporrotean, más vivos que nunca, al reconocerse en algún aroma casual. Inundan nuestros sentidos y nos devuelven a sitios de los que no quisiéramos habernos marchado nunca.

jueves, octubre 14, 2004

Se vende

Dos adolescentes. Seminuevas. Azotea con buena base, a medio amueblar. Muchos centímetros de largo y suelo de deportivas. Bien educadas, nutridas y vestidas (regalo complementos). Se recompensará. Razón aquí.

miércoles, octubre 13, 2004

Grandes enigmas

Cuánto tiempo, estarán diciendo algunos. Pero (¡ajá!), como siempre, tengo una buena excusa; no creáis que andaba de fiesta por ahí, no, nada más lejos de la realidad, he estado aislada del mundo exterior resolviendo uno de los grandes enigmas de la humanidad moderna: el misterio de los calcetines desaparecidos.

Porque ¿quién no tiene un montón de calcetines solitarios cuyo par ha desaparecido misteriosamente en el trayecto que va del capazo de ropa sucia al de ropa limpia para plegar? Gracias a mi trabajo, se acabaron las insomnes noches plagadas de preguntas (¿habrá un chino enano coleccionista en el tambor de la lavadora? Con el cuento éste del Feng Shui ¿habré colocado la lavadora a tiro del triángulo de las Bermudas? ¿Se habrá caído detrás de El Mueble?).

El otro día salí corriendo detrás de Mireia, que se iba, para decirle no sé qué que se me había olvidado. Ella ya no estaba, pero al girarme para entrar en casa lo vi; un calcetín me miraba avergonzado desde el suelo del rellano. Se metió para adentro corriendo, haciendo como que sólo había salido a mirar... pero ya era demasiado tarde, lo había pillado y destapado el pastel: los calcetines no desaparecen, se van de casa.

Mis arduas investigaciones (que, lo reconozco, no han incluido el método Stanislavsky) me han llevado a la conclusión de que motivos no les faltan; que mira que llevan una vida arrastrada, allí, sofocados y soportando la tirantez entre el dedo gordo y el talón (que se ve que hace mucho que no se hablan). Y no olvidemos los problemas de la vida en pareja que, si ya es difícil para las personas (que pensamos y eso), cómo va a ser para un calcetín. Emparejado, nada más salir de la fábrica, con su media naranja impuesta... ay... ya se sabe que “el que no la corre de soltero, patada en los talones”. Y luego están esas continuas orgías de agua caliente y detergente, con camisones, bufandas y toallas, que les abren a nuevos mundos y les van cambiando. Tiene que ser difícil mantener la monogamia cuanto a tu pareja se le ha aflojado la goma y no puedes dejar de pensar en aquel calcetín de ejecutivo tan elegante que conociste en la lavadora la otra noche.

Conclusiones finales: si quieres conservar la armonía en tu hogar, ama a tus calcetines; háblales amorosamente cuando te los quites por la noche (sin fruncir la nariz, que son muy sensibles), hazles sentir que te importan; explícales que los ejecutivos son unos estirados que sólo les quieren por interés, y... bueno, lávate los pies de vez en cuando.

martes, agosto 10, 2004

Vacaciones

Fui a buscar a Mireia, que volvía de pasar unos días con su novio en Menorca. Vi como poco a poco se acercaba aquel enorme barco al muelle, haciendo mayores las manchitas de persona que se veían a proa. Era difícil reconocer a alguien, y supongo que desde el barco igual, pero se veían algunas manos optimistas que saludaban. Repasé mentalmente la ropa y los peinados de Mireia, por si reconocía su silueta, pero desistí enseguida, en realidad no creía que estuviera en cubierta; seguramente, la despedida y la morriña la habrían empujado hacia la práctica realidad de ser de los primeros en desembarcar.

Cora volvió, morena y radiante, de una semana en la playa; una semana de sol, amigos, juergas y helados. Llegó de noche, excitada y pidiendo permiso para salir hasta la madrugada; creo que piensa que si una noche no sale se va a acabar el mundo. Me gustaría que se tranquilizara un poco, pero me cuesta negarme, creo que ese brillo de ojos se nutre de risas y brisas externas, y, además, tarde o temprano vendrá la vida a fastidiarla.

Mireia y Cora no lo han tenido fácil, y han tenido que madurar, responsabilizarse y entender determinadas cosas un poco antes de lo habitual. Supongo que por eso, cuando estoy en casa, vuelven a ser pequeñas de repente. Me piden que cocine esas cosas que saben hacer perfectamente pero que “cuando lo haces tú sabe distinto”, hacemos polos de naranja que luego me como yo, nos vamos a investigar tiendas (¡hoy he comprado una toalla de supermán!), hacemos pastelaso para merendar...

Me gusta que a Mireia aún le apetezca pasar el día conmigo, que charlemos, que miremos la cartelera juntas (afortunadamente tenemos gustos similares, aunque luego no nos decidamos por ninguna), que hagamos planes para el día siguiente, o para la cena... esos momentos borran el sentimiento de culpabilidad que acumulo durante el año por no estar todo lo que quisiera (o todo lo que necesitan) con ellas.

Eso sí, algún precio hay que pagar; mis proyectos para las vacaciones van a seguir aparcados. No voy a poder ver las películas que tengo bajadas, el montón de libros va a seguir sin disminuir y, aviso a los navegantes, ejem, me temo que el Omnia va a sufrir algún retrasillo. Tendré que esperar a terminar las vacaciones.

Ara, el juego lo termino, eh? Después de tantos meses esperando me voy a quedar yo a medias... ja!

domingo, agosto 08, 2004

Lecturas

Leer es una de las cosas que más me gustan en este mundo, pero dado que mi rutina acostumbra a estar llena de cosas por hacer, que soy una vaga de narices cuando me lo propongo, y que en el tren, últimamente, me da por dormirme, llevaba prácticamente un año sin abrir un libro, por lo menos para leerlo entero. La lectura es como el sexo (hm... con lo comparativa-sexual que estoy últimamente, evitaré cualquier test sobre el tema, seguro que me saldrían cosas irreproducibles); al principio de la abstinencia la echas mucho de menos, después te acostumbras y casi ni recuerdas cómo era, pero cuando la vuelves a pillar piensas que oh, ah, y que cómo has podido pasar tanto tiempo sin.

Así pues, optimista, he sacado el polvo a mi montón de libros pendientes, ordenándolo por apetencia, y he vuelto a entrar en las librerías sin remordimientos (buscando libros a los que me temo que, en el ciclo ése de la vida, les tocará componer el montón de libros pendientes para el próximo verano).

Curiosamente, el primer libro que he leído ha sido el último en entrar en casa, y es que tenía unas ganas... Matar un ruiseñor, de Harper Lee, fue uno de los que me impactaron en los lejanos tiempos de mi adolescencia; pero lo había perdido y no lo encontraba por ningún lado porque, además, no se reeditaba desde hacía siglos. Pero David lo encontró y me hizo uno de los mejores regalos. Gracias a él he vuelto a tener 8 años, a pasear por esa pequeña ciudad del sur de los EUA, a enamorarme de Atticus, a temer y desear a Boo Radley, a sentir rabia por la hipocresía que mueve el mundo... ah, qué bien me lo he pasado.

Cambiando de tercio, por una curiosa casualidad, cayó en mis manos una pequeña joya, Números pares, impares e idiotas, escrito por Juan José Millás e ilustrado por Forges. Es un conjunto de cuentos cortos con los números como protagonistas, y no tiene desperdicio. Claro que siendo de Millás, qué voy a decir.

”Siempre que el 8 pequeño iba a comprar el pan, su madre le decía que fuera por la calle de la izquierda, porque en la de la derecha vivía un matemático.
- ¿Qué es un matemático? –preguntaba el 8 pequeño.
- Un hombre que hace cosas feas con los números –respondía su madre.”


Este cachito va al Omnia, fijo, si alguien quiere más, siempre le queda el recurso de comprarse el libro o de pedírmelo prestado. Y ahora me voy, que el siguiente de la lista, Antonio Tabucchi, me reclama.

viernes, agosto 06, 2004

Parte médico

Tengo unas ibicencas que me gustan mucho (son rojas), pero que no me pongo demasiado porque, como es habitual en ese tipo de calzado, la tira de atrás del pie derecho se ha aflojado un poco y me fastidia ir andando y oyendo pum clec, pum clec.

Pero el otro día iba yo descalza por casa y se me ocurrió tropezar con una puerta, con el pie derecho precisamente. Ahora ya no se me caen.

Me estoy planteando una estrategia de porrazos periódicos veraniegos. Qué más da que cojee un poco, a cambio de un futuro de veranos felices. Además, ese aire renqueante cual dama sufridora tiene su puntito sexy, no?

jueves, julio 29, 2004

Seguimos con el problema

Y es que no sé qué me pasa con los tests. Por probar, se me ocurrió hacer ése que corre por ahí de qué tipo de videojuego sería. Yo ya me veía de Eowin luchando contra los hombres peligrosos, de bella dama rescatando a algún caballero bobo, de ecologista radical salvando al planeta, incluso de exorcista mata-niñas endemoniadas. Pero no, va eso y me dice que I am a Breakout Bat. Argh.

Luego me fijé en que también decía algo así como que si no estás del todo satisfecho tiene una segunda opinión; le digo que sí que sí con la cabeza y me espeta tan pancho que I am Pacman. Ouch.

Marededéu, los dos juegos que posiblemente más odio. Mira que hay cosas y cosas, eh?, y mira que ha avanzado el mundo de los videojuegos, que creo que los hay que hasta salpican, y resulta que soy o una barrita que va de un lado a otro recogiendo malditas pelotitas imprevisiblemente rebotadoras, o una especie de smiley come migas acosado por fantasmas de colores que hacen wakawaka.

Le tendría que perdonar algo porque las definiciones que da no están tan mal; dice que soy abstracta, que no me gusta que me aten, que no me rindo, que puedo tener mucho carácter... pero... es que sospecho que en el fondo me está llamando antigua.

martes, julio 27, 2004

Pisando fuerte

En este país (no sé yo en otros, que estoy muy poco paseada) los encargados de diseñar lo que nos ponemos se rigen por estereotipos. Eso no sería malo, claro, si no fuera porque se han quedado en cuando éramos todos bajitos y morenos. Al igual que los fabricantes de camisas piensan que basta con un par de palmos de manga, los artesanos del calzado dan por supuesto que un pie del 41 va a ser todo él macizote y rechonchón.

A estas alturas, lo de las mangas, mira, ya he asumido que nunca podré tener la elegancia de un Enrique Iglesias y, puesto que igualmente va a salírseme medio metro de brazo, suelo arremangármelas un poco, para disimular, en un desenfadado look Miami Vice. Qué pasa ¿no estaban volviendo los 80?

Pero con el calzado ya es otro cantar, que meto el pie en un zapato de mi número y parece el badajo de una campana; y lo malo es que tengo el vicio de usarlos para caminar. En invierno, ningún problema, van los pies tan holgaditos y cómodos que ni callos ni llagas ni gaitas. Pero en verano es otra historia.

Bueno, al principio no, me pongo las sandalias y qué relax, sin tira que oprima ni hebilla que roce, y los dedos asoman tan felices que, como en aquel anuncio de cerveza, parece que se van a poner a cantar (en el sentido musical de la expresión). Pero luego resulta que el tren sale a una hora determinada y que tengo 12 minutos para hacer un camino de 14, hazaña posible aligerando el paso, y... bueno...

Cada vez que levanto el pie, para evitar que, al depositarlo enérgicamente en el suelo, la sandalia se haya desplazado esos 5 centímetros precisos para que –¡au!– el talón se me clave en el puente (justo ahí donde la carne es blandita y debe de haber una convención de centros neurálgicos), y para no convertir en dianas las cabezas de las criaturas inconscientes que caminan delante de mí, no me queda más remedio que agarrotar los dedos apretándolos hacia abajo, para intentar sujetar la sandalia. Este gesto, aparte de convertir el caminar en un movimiento que más que grácil llamaría pisa-uvas (sin olvidar ilustrarlo con mi mejor cara de "que me mato...ay, pero corre...que me matoo"), produce sus buenas rampas y un dolor de sóleos que tiene el detalle de acompañarme todo el día.

Eso sí, entre esa musculación extra y los callos que debo de tener en los huesecillos de tanto torcerme el pie (a cada imperceptible desnivel del camino la sandalia se traba y el pie se sale, torciéndose graciosamente) no creo que vuelva a romperme un tobillo en la vida; que digo yo que debe de ser como eso de que si tomas una dosis mínima de veneno cada día, acabas inmunizado.

También estoy intentando erradicar la costumbre ésa tan fina de cruzar las piernas, que yo lo hacía y me sentía muy Grace Kelly... hasta que me di cuenta de que el desahogo de las tiras provoca que el zapato se deslice hacia abajo y asomen los dedos cual teatrillo de títeres. Claro que... hmm...  ¿Y si les pinto caritas y me siento en Las Ramblas, moviéndolos y haciendo ruiditos?

De ésta me voy al Caribe, seguro. Yuju.

jueves, junio 10, 2004

Bon dia

Hay días en los que todo parece igual, nada ha venido a suavizar ánimos o a disimular estados, pero en los que sin embargo, una se levanta del mejor humor.

Y es que estamos en primavera; el sol deshace restos de hielo y me cuenta que ya se ha ido el frío, que es tiempo de colores y de luz; y la Rambla de Catalunya emborracha con su olor a mimosa o a vete a saber qué, repartiendo, con toques de varita, chispas de amabilidad.

Me gusta la noche; el silencio, la calma y la soledad acogedora que la acompañan; las horas se escurren y no me rendiría. Me gusta la mañana; el lánguido sol, la tierra regada y el despertar del bullicio que la van llenando. Dormir es un poco perderse la vida.

Els Pets, Bon dia
La vella Montserrat desperta el barri a cops d’escombra, tot cantant.
Les primeres persianes s’obren feixugues badallant.
Rere el vidre entelat, el cafeter assegura que no era penal
i es desfà la conversa, igual que el sucre del tallat.

Bon dia,
ningú ho ha demanat però fa bon dia,
damunt els caps un sol ben insolent
il·lumina descarat tot l'espectacle de la gent.

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La vieja Montserrat despierta al barrio a golpe de escoba, cantando.
Las primeras persianas se abren torpes bostezando.
Tras el cristal empañado, el camarero asegura que no era penalti
y se deshace la conversación, igual que el azúcar del cortado.


Buen día,
nadie ha preguntado pero hace buen día,
sobre las cabezas un sol insolente
ilumina descarado el espectáculo de la gente.

viernes, junio 04, 2004

Pasado, presente y futuro

Cuando era pequeña vivía en un pueblo de apenas 50 habitantes y, puesto que no había demasiados niños para jugar, además de diseccionar ranas, coleccionar insectos y no bajarme de la bici, me dedicaba a vaguear por ahí, fantaseando.

Uno de mis sueños era tener un elefante. Ya sé que puede parecer raro, pero era la consecuencia lógica de ver una serie que ponían en la tele, que explicaba las aventuras de un niño indio con su elefante. Cuando iba a la granja, a por la leche, andaba por el medio del camino, imaginándome majestuosa encima del cuello del animal. Y sin cogerme, eh?

Ahora parece una tontería, pero entonces estaba convencida de que tarde o temprano tendría uno, y lo tenía todo previsto, dónde dormiría, qué comería y a dónde iría con él.

En cuanto a mis aspiraciones profesionales (no sé de dónde saqué la idea, supongo que también de la tele), consistían en ser camarera en los EUA. Me imaginaba en un bar de carretera, de ésos con asientos de skay, paseándome entre las mesas con la jarra en la mano, mascando chicle y preguntando si quieren más café. Llevaría el pelo recogido, un delantal con peto, atado a la cintura con un gran lazo, y una flor de tela en el pecho, con mi nombre bordado en cursiva. Me llamaría Doris, Nancy o Rossie.

Ahora parece una tontería, pero entonces estaba convencida de que algún día lograría ese sueño. Qué digo sueño, objetivo.

Actualmente me dedico a las cosas propias de una secretaria de gerencia: coser botones, aguantarle el palique a la jefa, ir a comprar medias de recambio, escribir en el blog... y también sirvo cafés, pero a tipos estirados, no a simpáticos camioneros que me digan you’re hot!.

La verdad es que mi trabajo me gusta. Tiene responsabilidad, iniciativa y me permite estar en el ajo de lo que se cuece en mi interesente sector (el del libro, le pese a quien le pese).

Pero ya son muchos años y muchas horas y como empiezo a estar cansada, ya tengo previsto mi futuro: me haré monja.

Ser monja tiene que ser fantástico, se acabó el estrés, las hipotecas y las facturas, que para eso ya estará la hermana contable. Me pediré ser la hermana bibliotecaria. Por las mañanas, después de misa (algún sacrificio habrá que hacer a cambio de esa bicoca), un día sí y un día no, me iré al trocito de tierra que me toque, a regar mis plantas y cuidar mis tomateras. El resto de días me dedicaré a hacer pastelitos y destilar orujo. A la hora de comer, a lavarme las manos y a la mesa, que las patatas ya las habrá pelado la hermana cocinera. Después, a la biblioteca, a contar libros y a charlar por el irc (le contaré a la hermana superiora que es para hablar con almas descarriadas que, al fin y al cabo, es lo que sois).

No creo que me dé tiempo de aburrirme. Además, voy a confesar que lo tengo todo planeado. Él también se hará monje, de un convento cercano, y vendrá al mío a ejem consultar la biblioteca y arreglarme el ordenador, que qué lástima de aparato, presiento que se va a estropear con mucha frecuencia.

domingo, mayo 16, 2004

Anuncios

Siempre me han gustado los anuncios. Me fascina la imaginación que tienen los creativos, me pregunto cómo pueden contar tantas cosas en tan pocos segundos.

Vamos, que lo intento yo y, con lo que gusta darle a la lengua, no me da ni para presentarme. Vale que hay anuncios que más que incitarme a comprar el producto, me incitan a pegarle fuego, pero es que luego aparecen esas pequeñas obras maestras que me emboban y se me pasa todo.

Unos que me gustan mucho son los de Balay. Esas señoras paseando tranquilas bajo ese sol medio naranja de última hora de la tarde, el pelo al viento y los pies descalzos, con esa música relajante y esos señores que les ponen la alfombra delante, les tapan los ojos para que no se deslumbren, o les empujan el columpio.

Hace poco, David me preguntaba cuáles serían mis vacaciones ideales. Pues eso, estar en un anuncio de Balay una temporada. Si de repente no sabéis de mí, será que he encontrado el modo de reducirme y atravesar la pantalla. Ays, qué relax…

Aunque también confieso que me encantan los publireportajes que hacen de madrugada. Toda esa gente desinteresada explicando emocionada las ventajas del producto, ese repetir y repetir lo mismo, por si no te habías enterado, esas demostraciones increíbles y esas impagables conversaciones entre los que lo presentan “Y sabes, Mary? Aún no lo has visto todo!”, “Oh, John, no me dirás que va a poder también con esto!”. Qué lástima que tenga siempre la visa a la última pregunta, que si no, tendría el vientre plano, la casa limpia, cama para los invitados y una salud de hierro. Es lo que tiene ser rico.

Hablando de anuncios, le prometí a Sergio, un chaval muy majo que conocí el fin de semana pasado, que publicitaría por aquí su página web. Es un fan de Fanhunter (valga la redundancia) y se ha trabajado unos gráficos muy apañaos. Como se quejaba de que tiene pocas visitas, le dije que yo tenía un montón de amigos frikis que estarían encantados de pasearse por su sitio. No me haréis quedar mal, verdad?

miércoles, mayo 12, 2004

¿Quién dijo miedo?

Una vez fui a esquiar, una sola, cuando tenía 17 años. Mi novio de entonces, que había aprendido a esquiar antes que a caminar, me enseñó a ponerme los esquís, me dijo “Esto es la cuña y sirve para frenar. A ver... así... vale” y añadió ”Vamos al telesilla”.

Como soy muy previsora y pensé que si se me caía un esquí desde allí arriba igual le daba a un cervatillo y ya me veía torturándome el resto de mi vida (que desde que vi la película soy muy sensible para eso de los bambis), opté por montarme en el aparato ése con los esquís en la mano. Al sentarse, el telesilla efectuaba un súbito movimiento hacia abajo para elevarse después con un airoso deslizamiento de esquís en la nieve. Si los llevabas puestos, claro. En caso contrario, se te clavaban los pies en el suelo y el primer empujón del banco volador servía para incrustarte de morros en la nieve.

Cuando conseguí levantarme con ese gesto garboso del lo hago siempre (en el que tengo tanta práctica), me volví a montar (esta vez levantando los pies) y me planté en el inicio de la pista elegida por mi novio.

Cuando vi la pendiente que tenía delante se me pusieron los pelos un poco de punta. Qué distintas que son las cosas según la perspectiva; desde abajo, la pista de principiantes me había parecido incluso amable, pero desde allí... dios, aquello no era una bajada, era un acantilado. Ni cuñas ni gaitas, sólo se podía bajar rodando. Seguramente, los presentes ese día en la pista todavía recuerdan el espectáculo; yo arrojándome desesperada a la nieve cada medio metro, para no matarme, y él arriba y abajo, girando las caderas, esperándome, con esa soltura insolente de los esquiadores casi profesionales.

Luego, para mi tranquilidad, me enteré de que a mi novio se le había ocurrido la genial idea de que el mejor sistema para aprender era llevarme, así de entrada, a una pista negra. Y vaya si aprendí... a escaquearme.

Mi novio de ahora es muy distinto, Él no me haría nunca una cosa así. Vamos, ni loco. Él sólo me lleva a edificios y hospitales habitados por cosas con piernas en la cabeza que escupen, niñas sospechosas y... hmm... entes? con unas espadas que... buf! Pero no me deja sola, se queda en la puerta vigilando y me avisa si aparece el peor de mis terrores ”¡que viene un pollo!”.

sábado, mayo 08, 2004

Mano dura

Durante estos cuatro días vuelvo a ser la más deseada y la más odiada, simultáneamente, del mundo de la viñeta; la señorita Rottenmeyer de acreditaciones.

Eso sí, después de tantos años, ya no me engaña nadie. A mí que no me venga uno con su acreditación perfectamente colocada e intente hacerme creer que es autor ¡mentira! Con el tiempo he comprobado que no hay ni un autor que haya recibido la acreditación y, en todo caso, que no la haya olvidado en casa, perdido, o que no se la hayan un par de veces. También he constatado que ser autor conlleva cambiar cada año de domicilio y, a la vez, incapacita para comunicar el cambio. Pero son tan monos… hay que verlos, con esas caritas de angustia, intentando convencerme, dispuestos a vender a su madre para que les crea y les dé una de ésas cartulinas de colores que reparto.

Luego están los periodistas, tan distintos y tan felices ellos (vale, Tindriel, algunos), pretendiendo que les acredite sin tener ni siquiera una triste tarjeta de visita que demuestre que trabajan en algún medio, y la cara de incredulidad que se les pone cuando les digo que no; hay que ver cómo me atrevo. Pero es que no saben lo mala que soy.

Para que mis experiencias sirvan para algo, un par de sugerencias o consejos por si alguna vez tenéis que enfrentaros a un palo seco como yo: una carta que diga quiénes sois y para qué queréis entrar acostumbra a ser útil, sobre todo si tiene membrete. Si esto no funciona, está El Gran Remedio: antes de ir a charlar con el acreditador de turno, os hartáis de ajo y coñac y os fumáis un buen puro. Es importante (básico) mostrarse dicharachero y charlatán y, sobre todo, acercársele mucho. Gozaréis del espectáculo de ver como se va congestionando -es lo que tiene dejar de respirar- y como su férrea resistencia va flaqueando. Y si aun así no funciona, volved al día siguiente, pero sin haberos duchado. Entráis seguro.

lunes, mayo 03, 2004

La dama del paraguas

Esta tarde, por la calle, he visto a una señora mayor. Vestía un traje muy elegante, en tonos marrones, y llevaba el bolso, los zapatos y el paraguas perfectamente combinados.

La he imaginado pensando qué iba a ponerse, cambiando las cosas de bolso con cuidado, para no olvidar nada, peinándose el moño perfecto, poniendo unas gotitas de colonia en el pañuelo. Tal vez iba a pasar la tarde con alguna amiga, o a ver a sus nietos, quizás sólo a dar una vuelta.

Andaba despacio, con ese paso corto y estirado que da la dignidad por encima del reuma; llevaba el bolso colgando del brazo y el paraguas abierto, cogido con las dos manos y apoyado en su hombro derecho.

Pero no llovía. Había llovido, pero hacía tantas horas, que en el suelo sólo quedaban cuatro charquitos rebeldes en algún rincón de baldosas rotas. Habían anunciado lluvia para todo el día, pero las rayas de cielo claro que dejaban ver las nubes decían que no ahora.

He pensado que seguramente no podía abrir el paraguas, que seguramente alguien se preocupaba por ella y, tozudo, se lo abría y se lo colocaba al hombro. Es bonito que te quieran así.

jueves, abril 29, 2004

La jefa de mi amiga, V (*)

Han tenido que llevar al pc de la jefa de mi amiga al hospital, creo que tiene muchos virus y está muy grave, no saben si se salvará.

Evidentemente, mi amiga me lo ha dicho partiéndose de la risa, hay que ver. Dice que su jefa es muy (re)celosa y que le estuvo dando la vara ”¿yo por qué no recibo todos estos correos?”, mirándola suspicaz cada vez que ella le pasaba uno impreso; que la avisó de que se recibía mucha basura y virus, que era una tontería, pero que al final, para que se callara, le configuró el correo para que también recibiera el de la cuenta general.

Dice que la advirtió de que no abriera ningún mensaje que no supiera de quién era; incluso, aun sabiéndolo, que no lo abriera si no esperaba nada de esa persona, aunque por el asunto pareciera que la estaba saludando alegremente “Hi!”.

Pero, claro, la mujer no es tonta y en seguida dedujo que tanto interés por parte de mi amiga era, sin duda alguna, porque ésos debían de ser precisamente los mensajes que traían jamones y regalos.

Cuando el pc empezó a hacer el burro, mi amiga fue a averiguar por qué. ”No habrás abierto ningún correo sin conocerlo, no?”, le preguntó. ”Bueno... yo...” replicó, insegura. ”Pero si te dije que" pero la jefa (olé sus destos!) se acordó de quién mandaba ahí y la cortó, orgullosa, “los abro todos, porque si se toman la molestia de enviarme algo, tendré que leerlo, no?”.

Pobre mujer, qué culpa tendrá ella. Hmm... yo no descartaría que los virus se los pusiera la envidiosa de mi amiga, para volver a quedarse con el correo para ella sola. Menos mal que su jefa no desfallece.


(*) Número del capítulo dedicado a Marco, por contar uno de los chistes que más me ha hecho reír en la historia de los chistes. Aparte del submarino, claro.

martes, abril 27, 2004

Tres deseos

Yo creo en algunas cosas que, vale, no se habrán demostrado empíricamente, pero es que si las analizas caen por su propio peso.

Una de esas cosas son las hadas; no tengo ninguna duda de que existen. Por un lado, las monjas me inculcaron que tengo que ser buena, paciente y tenaz; que no importa lo que ocurra, si me mantengo firme y voy poniendo mejillas, al final seré recompensada. Por otro lado, mi experiencia como gran consumidora de Andersen y hermanos Grimm me enseñó que la recompensa siempre es o un príncipe rico, soltero y guapo, o una hada. Y debido a que los príncipes ésos, con sus melenitas y sus mallas, me dan más mala espina que otra cosa, ya hace tiempo que me pedí el hada.

No sé si va a ser alada y etérea, una manzanita sonrosada, o si tomará la forma de dulce y desvalida anciana (que les gusta mucho), pero lo que sí sé seguro es que tarde o temprano se me aparecerá la que me toca a mí. Vamos, que para eso (carraspeo) me estoy portando tan bien y soy tan sumamente buena, que si no, ya me dirás de qué.

Y como fijo que me quiere premiar con los tres deseos, ya los tengo preparados, no sea que me pille desprevenida y pierda esa única oportunidad.

El primero, como buena (y modesta) materialista terrenal, va a ser el típico billete inagotable de 50 euros; que siempre que meta la mano en el bolsillo haya uno listo.

El segundo no lo tengo muy claro, varía según el día y sus circunstancias. Dudo entre la invisibilidad, la facultad de imitar voces, la super velocidad, la transportación... en fin, cualquiera de esas cualidades tan prácticas.

El tercero sí lo tengo claro; puesto que las cosas, por mucho que me resista, se empeñan en ir siempre por donde quieren, me voy a pedir el botón on/off. Para el cerebro.

Si a alguno de por ahí -que os conozco- se le ocurre pensar "le voy a explicar a Cristina como es eso de las hadas", aviso de que correrá la sangre. ¿O acaso habéis no visto vosotros a alguna?

miércoles, abril 21, 2004

20 de abril, Mireia

Mireia siempre ha tenido las cosas muy claras, eligió cuándo iba a nacer y cómo se iba a llamar. Todo estaba listo para el 7 de abril (14, a lo sumo), pero ella decidió esperar hasta el 20. Se llamó Elisabet, pero se fueron todos a comer y, al quedarnos solas, me miró desde su cuna de cristal y sus ojos me dijeron que quería llamarse Mireia.

Mireia es dulce y suave; se mueve despacio y sus manos blancas y finas no tocan, acarician.

Me gusta mirarla, sus gestos parsimoniosos y tranquilos convierten cualquier nimiedad en un ritual importante. Se come los pasteles y los helados poco a poco, girando el plato, convirtiendo el postre en una bola menguante. Le gusta el pan de molde, se come la corteza y con la miga forma un canalón que desaparece con mordisquitos pequeños. A Mireia le gusta levantarse temprano para que el tiempo le alcance, aunque casi siempre acaba yendo al instituto apresurándose con sus largas zancadas, tan ágil que parece que flota. Mireia es alta y delgada, y cuando sonríe se le arrugan las mejillas y los ojos. Si se dejara, no me cansaría de abrazarla.

Mireia es rebelde, nunca ha concebido el porquesí y le cuesta aceptar que no puede hacer nada contra las injusticias. Le preocupan y angustian cosas que yo (ahora) ya sé que no son importantes. Me gustaría ahorrarle ceños fruncidos, noches en blanco y conversaciones pendientes, pero tiene que crecer a pesar de mí.

Tímida y silenciosa con los extraños; ingeniosa, divertida y brillante con los amigos, hace meses que brilla con otra luz, la que hace estremecer cuando te mira y explotar cuando te coge las manos y se ríe contigo.

Creo que Mireia es feliz ¿acaso importa algo más?

jueves, abril 15, 2004

Lidia 2

Al salir del túnel, le sorprendió el ruido que hacían las gotas contra el cristal, parecía que quisieran atravesarlo para resguardarse de la lluvia. Se había puesto a llover sin avisar, siempre se le olvidaba mirar la previsión. Se sintió un poco estafada, no había sido un día oscuro, frío o húmedo; al mediodía, el aire remoloneaba, seco, por los rincones de los portales, y el sol saltaba entre cuatro nubes claras; había pensado que ya era primavera. Quizás después había pasado algo que le había hecho enfadar.

A Lidia no le gustaban los paraguas, prefería mojarse a tener que andar tintineando por las paredes, intentando conseguir ese equilibrio imposible que no la dejara seca de un lado y chorreando del otro, y bailando con el viento para que no se lo quitara. Le gustaba pensar que no le importaba mojarse, lamer las gotas que caían cerca de su boca, llegar a casa, cerrar la puerta (dos vueltas), secarse el pelo, ponerse el pijama y comerse un bocadillo. O un sándwich.

La calle estaba llena de coches mal aparcados; la gente salía de la estación con pasitos cortos y rápidos, se metía en ellos deprisa, sacudía la cabeza y sonreía, explicando algo a la sombra del volante. Lidia se preguntó si coger un taxi sería como pagar por un poco de cariño.

Se subió el cuello del abrigo, se abrazó, cubriendo el bolso, y anduvo calle arriba.

martes, marzo 23, 2004

Tenemos un problema

Veo una encuesta en los blogs de Gorpik y de Rapun que te dice qué libro eres. A Rapun le ha salido Jurassic Park; aventuras, peligros, emoción... A Gorpik, Prufrock, de TS Eliot; qué cultura, qué poesía, qué nivel. Y, claro, me he preguntado impaciente que qué seré yo. He ido respondiendo tan feliz, pensando en autores profundos, torturados, algún Nobel... a ver a ver... "you are Lolita". Coño. Y añade "considered by most to be depraved and immoral, you are obsessed with sex".

Para quitarme la depresión, hago la encuesta de qué país eres, que a Gorpik le ha salido España y digo yo que será una encuesta simpática e inocentona. Contesto que me gustan los climas cálidos, la comida picante y otras cosas que me hacen pensar que, ya verás, me va a decir que soy México o cualquier otro país así, divertido y de colores, vaya. Pues eso, que vaya, "you are Thailand", y añade no sé qué de "questions about your sexual promiscuity".

¿Obsessed? ¿Promiscuiqué? ¿yo? Me he dado la vuelta, a ver si había alguien pero, no, era a mí. Yo creía que llevaba bien esto de estar en el dique seco y ahora resultará que mi subconsciente, mi inconsciente o el que sea de esos puñeteros "entes" que viven en mi cabeza que lleve el tema, está todo el día dale que te pego... ¡Diosmío! ¡Y acabo de darme cuenta de que ya estamos en primavera!

Pero, bueno, no hay mal que por bien no venga... si combino la estación y mi idiosincrasia recién descubierta con mis circunstancias, me da que en los próximos días voy a gastar bien poco en gas.

Mario

Cerró el libro, ni siquiera sabía qué estaba leyendo. Lo dejó sobre la mesa y miró el comedor. Las cosas se repartían el espacio con el polvo, por los muebles. Pero a él (ya) no le importaba.

Sobres sin abrir, guardando sus secretos, se amontonaban mezclados con catálogos del super, de recambios del automóvil. Un calcetín asomaba lánguido por debajo del montón de ropa por planchar, como si goteara. Libros cogidos sólo un momento se aburrían inútiles al lado de la jarra vacía o de la caja, también vacía (todavía por aquí), del nuevo teléfono, el que había comprado la tarde antes.

Se echó en el sofá y apretó la cara contra el almohadón. Dormir, dejarse y no ser nadie. Pero el silencio no existe; crujidos, zumbidos, y su cabeza pensando en mayúsculas.

miércoles, marzo 17, 2004

Comunicación, bailarinas y ¿zurda?

Comunicación

Dicen que el problema de la humanidad es la falta de comunicación, y no me sorprende; yo misma, cada vez tengo menos ganas de comunicarme. Bueno, eso es mentira, que me gusta mucho largar, lo que en realidad tengo son ganas de comunicarme con menos gente.

Durante los últimos días creo que he oído (y leído) más tonterías (barbaridades) que en el resto de mi vida. Y a ver, que me importa un rábano, que cada uno es libre de pensar lo que quiera, de comulgar con lo que quiera, que a lo mejor la equivocada soy yo y voy a estar ardiendo en el infierno para los restos, pero lo que no soporto es el tono intransigente y poseedor de la verdad absoluta que rezuman (¿o era rebuznan?) muchas de esas opiniones-sentencia. No sabía que estaba rodeada de tanto (y tan) experto en tanto tema trascendente.

Joder, si es que he llegado a sentirme culpable por ser catalana.

Bailarinas

Hablemos de bailarinas.

¿Zurda?

Siguiendo en el bache ése de salud que parece haber poseído mi casa, en el que –tranquilos– no voy a extenderme, y hablando de mi tendinitis, el médico me ha aconsejado que (para evitar o retrasar el síndrome del túnel carpiano ése) utilice el ratón con la mano izquierda.

Confieso que aún me equivoco alguna vez de mano e intento desplazarme por la pantalla agarrada a la calculadora, al móvil o a la grapadora, o monto un lío de menuses al darle (e insistir) a los botones al revés (son muchos años conviviendo con mi instinto diestro y le he cogido cierto cariño). Pero han pasado unos días y he hecho grandes progresos, ya soy capaz de encontrar y abrir una carpeta en menos de 10 minutos, incluso (creo que) he dejado de sacar la lengua durante el proceso.

Lo que me está costando más (hmm... ¿raven? ¿quéseso? tralarí...) es la cosa espacial ésta de estar manipulando el cursor con la izquierda y ver la que flecha va de derecha a izquierda. Estúpida flecha ¿acaso no ve que estoy apuntando desde el otro lado? Qué nervios.

Eso sí, para jugar voy a seguir usando la derecha, no vayamos a liarla más...

miércoles, marzo 10, 2004

Imprescindible

He estado enferma unos cuantos días, con una bronquitis vírica bien apañá. De la enfermedad en sí, poca cosa que decir, era muy sosa. De hecho, una vez curioseé su orden del día y era algo así como “levantarse de la cama, toser, arrastrarse hasta el sofá, toser, ahogarse, agua, toser, arrastrarse hasta la cama, termómetro, antipirético, toser, ahogarse, dormir, toser, despertar, jarabe, volver al sofá, toser”.

Cuando me puse enferma faltaba una semana para que empezara una feria que organiza la entidad en la que trabajo. Puesto que la situación era ligeramente desesperada, fui a trabajar a pesar de la fiebrecilla y de que mis pulmones parecían querer independizarse a base de espasmos. Dicho así, igual queda de superwoman, pero en realidad soy una quejica llorona que no te la acabas y cuando me lamenté a unos amigos, uno de mis ídolos (el de las minúsculas) me dijo aquello de “jolín, pues quédate en casa”.

Y ahí vamos, no es que me crea imprescindible, es que... en fin. Cuando vi que la cosa estaba lo bastante encarrilada, que la mayor parte de lo que quedaba se podía arreglar vía correo electrónico e Internet y que la fiebre subía, agarré unos cuantos papeles y me fui para casa. Al día siguiente tuve (sólo durante la mañana, y si no me desconté) 17 llamadas del trabajo.

La mayoría, claro, de mi jefa (sí, como mi amiga Cristina, tengo una jefa). En la llamada número 11 me dijo “oye, ¿dónde tienes el teléfono? no te estaré haciendo levantar de la cama cada vez...”. Ante tamaña muestra de sensibilidad, me di unos cuantos golpes en el pecho (cof cof), avergonzada de haber contestado la llamada con el tono ése impaciente (que se me da tan bien) de “¿quéééé?” y murmuré, emocionada y con una lagrimilla asomando, “no, no, tengo el inalámbrico”, aunque el romántico momento se desvaneció rápidamente: “ah, es que como tardas tanto en cogerlo”.

Claro que podéis pensar que las llamadas eran para cosas que sólo yo, guardiana de los más altos secretos de estado, podía resolver. Y en realidad así era. Por ejemplo, entenderéis que a “ha llamado un editor diciendo que su autor va a ir a firmar a las 12 en lugar de a las 11, ¿qué hacemos?”, sólo yo pude pensar en una respuesta tan astuta como “hmm... modificar la lista de autores!” (y es que hay que reconocer que valgo...).

Pero todo este rollo sólo ha sido para limpiar mi conciencia; no es que me crea imprescindible, es que a veces es más fácil y rápido –y menos neurótico- tomarse unos gelocatiles, ir al trabajo, hacer lo que sea y volver a casa. Bueno, para limpiar eso y para hacerme la víctima, claro. Pero es que el blog es mío. Además, ¿qué queréis? aún estoy convaleciente, necesito mimitos...

lunes, febrero 09, 2004

La jefa de mi amiga, capítulo 666

A veces no os cuento las cosas para no hacerme pesadita, pero estoy hasta el gorro de mi amiga; todo el día dando la vara. Ya sabéis mi opinión, pero ella insiste en que lo que pasa es que yo no la quiero entender.

Que me pregunto yo que qué es lo que no quiero entender, si está todo clarísimo. Su jefa es una persona genial, a la que le ha tocado en el sorteo una zoquete de secretaria que cree que su ombligo es el centro del mundo.

Cristina (ya debéis de saber que mi amiga se llama, casualmente, como yo) va de no sé qué (a lo mejor se cree muy interesante) y no acostumbra a participar en los corrillos de sus compañeros de trabajo (todos ellos super divertidos, no veas, se pasan el día bromeando y diciendo raro, raro, raro ... cuñaaaooo y cosas así... mmmpff... perdonad, pero yo es que me parto). Cuando su jefa la ve así, como apartada, como es tan buena persona, le sabe mal y en lugar de quedarse en su despacho haciendo cosas, se sienta en la silla que mi amiga tiene para las visitas y hace llamadas y trajina papeles allí para que no se sienta marginada. Además, mientras, le va tarareando zarzuelas y las canciones de OT candidatas a eurovisión (¡se las sabe todas!). ¿Creéis que mi amiga valora su esfuerzo? Nooo, encima dice que la desconcentra ¡Vamos, ni que trabajara en ingeniería genética!

Pero eso no es todo, cuando la buena mujer ve que a Cristina se le amontonan tres o cuatro papeles, como es así como muy natural y no se le caen los anillos, coge y se los archiva. ¡Qué más quisiera yo que el desastre de mi jefe archivara algo! Pues mi amiga, hala, a refunfuñar; dice que ella archiva de adelante para atrás y su jefa al revés, y que luego no encuentra las cosas. ¡Coñe, pues que busque! No, si... en fin...

Otra cosa que tiene la jefa de mi amiga es que es una persona de ideas super geniales, en serio. El otro día, sin ir más lejos, estaban esperando unos datos importantes que les tenían que enviar por correo electrónico. La jefa de mi amiga estaba un poco nerviosa, normal, y le preguntaba si había llegado el correo cada tres o cuatro segundos (frecuencia que, en contra de la opinión de mi amiga, pienso que lo único que demuestra es lo responsable que es). Llegó un aviso del antivirus diciendo que no había dejado entrar un mensaje –remitido precisamente por los que tenían que enviar los datos- porque contenía un virus. Mi amiga fue a decirle a su jefa que llamara preguntando y avisándoles. Dice que le tuvo que explicar unas ocho veces lo que había pasado, las tres últimas un poco nerviosa (pero ya sabemos todos que es una histérica y que lo único que pretende su jefa con eso es que aprenda a estructurar las frases). Entonces, la jefa de mi amiga tuvo una idea brillante: “¿El antivirus no te deja entrar el mensaje? ¡Pues que me lo envíen a mí, que no tengo antivirus!”. Genial ¿verdad? pues ¿creéis que mi amiga lo supo valorar? nooo, claro, ella siempre tiene que ir de víctima.

Lo voy a dejar por hoy. Otro día os cuento cómo domina el outlook la jefa de mi amiga y cómo es imposible hacérselo entender a ella.